
No la veía hacía años. Antes siempre que la miraba me sorprendía con una sonrisa, y había olvidado la generosidad con la que me arropaba entonces.
Me sorprendía cada noche con una nueva mirada, siempre comprensiva, agradecida de que me acordara de mirarla.
Puede que nunca haya dejado de mostrármela, tan solo yo dejé de querer verla.
El ombligo de uno mismo nunca es grande ni pequeño, tiene exactamente el tamaño que pretendemos que tenga.
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