
Me aterraba lo que podía encontrar al otro lado del pasillo y, aunque simulé paso firme, era evidente que me temblaban las piernas.
Había estado un buen rato frente a la máquina de vending, plateándome volver a casa y olvidarlo todo. Una nueva excusa y otra noche sin dormir, eso era lo peor si ahora me volvía.
Caminé hasta el final, abrí la puerta y los encontré sentados, exhaustos.
Ahora la respuesta era evidente, lo planteado certificado. Y el remedio para mi insomnio, más doloroso que ninguno que hubiera probado antes.
No hay que fiar a la luz ni un mísero rincón de oscuridad, hará que desaparezca sin piedad.