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Inauguré con el primero la perdida de inocencia. Un escaso momento que marcó un antes y un después en mi persona, una nube de humo que me obligó a aceptar la soledad.
No me esperaba el segundo, me pilló por sorpresa, y con esa ventaja me echó por el suelo mi muro de contención.
Gastado y escarmentado, cuando llegó el tercero yo ya tenía de cuero el corazón, y le costó hacer mella. Cuando entró finalmente, sólo conseguí hacerme más daño.
Rápido olvidé el cuarto, ya había aprendido a evadir al hostil mundo.
Insólito y repentino, ninguno me dolió tanto como el quinto. Me hizo madurar muy a mi pesar.
Doloroso también, el sexto fue un nuevo primero, pues me pasó desapercibido hasta que ya estaba encima.
Y el séptimo está doliendo, mucho. Pero le pasaré la mano por la cara, como a cada alborada a la que me he enfrentado.
1 comentarios:
y que bien sellados nos queden en la piel o donde haya de ser, para poder contemplar la victoria de la superación y el aprendizaje, aunque sea al cabo de mil años y con cierto temblor aun al recordarlo.
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