martes, 15 de septiembre de 2009

Escapes de luz


El calor arrasaba el lugar. Nadie se atrevía a salir a la calle entre la salida y la puesta de sol desde hacía semanas. Los rayos quemaban la piel como si fueran miles de sopletes enfocados en perfecta perpendicularidad hacia el cuerpo.
Por eso nadie entendió que me fuera al ponerse el sol aquella tarde, sin ánimo de regresar. Pero yo tenía muy claro que debía irme, aunque no tuviera ni idea del rumbo a tomar.
Al llegar, comprobaría como sentir en la piel el sol era, de nuevo, agradable.

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